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28 jun 2012

Instrucciones para cantar

Empiece por romper los espejos de su casa, deje caer los brazos, mire vagamente la pared, olvídese. Cante una sola nota, escuche por dentro. Si oye (pero esto ocurrirá mucho después) algo como un paisaje sumido en el miedo, con hogueras entre las piedras, con siluetas semidesnudas en cuclillas, creo que estará bien encaminado, y lo mismo si oye un río por donde bajan barcas pintadas de amarillo y negro, si oye un sabor de pan, un tacto de dedos, una sombra de caballo.
Después compre solfeos y un frac, y por favor no cante por la nariz y deje en paz a Schumann.

24 jun 2012

Nunca más releeré tus cartas

Es que de alguna manera es como matarla, había pensado Emérito, como terminar de asesinarla. Y ese pensamiento lo había hecho postergar la decisión, hasta ese día. Se venía fabricando excusas varias, fiebres y compromisos desde hacía semanas, desde que Etelvina irrumpiera en su vida, sin pedir permiso, trayendo brisas de azahares a su largo invierno de hombre solo. Pero mientras las cartas y el retrato estuvieran en la casa, era imposible cualquier acercamiento a ella. Por eso había desafiado la neblina y la llovizna , y había ido manejando hasta la escribanía, con los gruesos anteojos de manejar de marco negro (alta graduación, según el oculista, o culosifón, según sus amigos) casi pegados al parabrisas, enmarcando su mueca arratonada de miope. Por eso había accedido, o mejor dicho, había solicitado sentarse frente a Langsmann esa mañana inmisericorde .En el estudio de caoba y gruesos tomos, penumbra elegante y decorado carísimo. Estrujando el paquete de cartas (sus cartas) y su retrato con manos sudorosas. -Bueno, damos comienzo: Yo- comenzó a leer Langsmann con voz solemne- Emérito Regunaga Espil, en pleno uso de mis facultades, entrego en custodia permanente... Emérito escuchaba como ausente. Tenía sesenta recién cumplidos, y un aspecto frágil, quieto y desamparado, como el del novio de mazapán de una torta de bodas. -...el siguiente paquete compuesto por cincuenta y seis cartas de amor, abiertas, con sello y matasellos, unidas por una cinta de seda gris, dirigidas al firmante y escritas por la Sra. Leonor Vicien de Regunaga Espil, de quien se cumplen en la fecha veinte años de ausencia por causas no especificadas... -No puso lo de la dictadura-acotó Emérito. -Y, no. -Langsmann levantó la vista.- Esto va a registro público. Mire si el día de mañana se da vuelta todo otra vez y quedamos pegados. -Tiene razón-Emérito bajó la cabeza, abatido. Ni eso nos queda, pensó. Ni enterrarlo por escrito. -Bueno, prosigo: ..cartas que declaro haber leído y releído una y otra vez, a razón de una por día, durante todo el período de ausencia de la citada,hasta la fecha, como prueba irrefutable de amor por la susodicha... -Lo del amor- interrumpió Emérito- ¿se puede poner? -Quédese tranquilo. -Langsmann enarcó una media sonrisa- Para penalizar el amor primero tienen que descubrir que existe. -Claro, tiene razón. Langsmann continuó leyendo -Y dado que es mi voluntad irremisible el interrumpir su lectura en forma permanente y definitiva es que adjunto el dicho paquete de cartas, al que añado un retrato de la anteriormente citada señora, con marco de peltre, de quince por veinticinco centímetros... Emérito se había adelantado para dejar las cartas y el retrato. Se quedó mirando la figura amada que le devolvía una sonrisa veinte años más joven, con la indiferencia que tienen los retratos para las despedidas. Entonces comprendió, de pronto, que el desamor no es otra cosa que una de las argucias de la muerte. -..que se adjunta al susodicho paquete de cartas, y se le añade un par de anteojos de lectura de marco dorado, graduación baja - Los anteojos, por favor, don Emérito... -¿Perdón? -Los anteojos de lectura, me pidió que los adjunte con todo lo demás. -Ah,sí. -Emérito extrajo un estuche del bolsillo interior del saco, y lo apoyó sobre el retrato. -Está seguro que quiere hacer esto?-preguntó Langsmann. -No puedo hacer otra cosa, doctor. Mientras estén sus cartas en casa es como si estuviera presente.No puedo evitar releerlas. Ni esquivar su retrato. Y he conocido otra mujer. -¿Y los lentes? -Es parte de la ceremonia. Su razón de existir son esas cartas. Deben irse con ellas. Ya me haré otros. De todos modos me sirven sólo para leer, para manejar tengo otro par, de alta graduación. -Como quiera- dijo Langsmann mirando furtivamente su reloj- bueno, concluyo:...y es mi voluntad que las pertenencias antes mencionadas sean guardadas en forma permanente por la escribanía actuante, con la expresa prohibición de entregarlas al firmante o a quién este designe... -Está bien, suficiente- dijo Emérito- ¿dónde firmo?. En la calle, la neblina se había hecho más espesa. Notó que lloraba, inadvertido, como la lluvia quieta y sorda del invierno. “Hay otra mujer, Leonor”, pensó,”ya no podía postergarlo más. No sólo no supe protegerte, tampoco he podido proteger tu recuerdo”. Y se encaminó hacia el viejo Taunus, otro evadido de esa época, que aguardaba pocos metros calle abajo. Se sentó al volante,las manos y los ojos húmedos de llovizna y lágrimas, y dió arranque. El tránsito rugía en la avenida a gran velocidad, en ambos sentidos, separado por una pared de niebla. Se puso los anteojos y pegó la cara al vidrio,luego de intentar limpiarlo infructuosamente con el dorso de la mano. Puso primera y se incorporó al tránsito. Todo era borroso y difuminado, coronado por pequeños hexágonos luminosos. Pasó a segunda, aceleró, y descubrió que lo único que se veía nítido eran las letras que formaban la palabra SCANIA. En la parrilla del camión, ocupando todo el parabrisas. Clarito, como solo pueden leerse con unos anteojos de marco dorado y graduación baja. A distancia de lectura.  

16 jun 2012

Continuidad de los parques

Había empezado a leer la novela unos días antes. La abandonó por negocios urgentes, volvió a abrirla cuando regresaba en tren a la finca; se dejaba interesar lentamente por la trama, por el dibujo de los personajes. Esa tarde, después de escribir una carta a su apoderado y discutir con el mayordomo una cuestion de aparcerías volvió al libro en la tranquilidad del estudio que miraba hacia el parque de los robles. Arrellanado en su sillón favorito de espaldas a la puerta que lo hubiera molestado como una irritante posibilidad de intrusiones, dejó que su mano izquierda acariciara una y otra vez el terciopelo verde y se puso a leer los últimos capítulos. Su memoria retenía sin esfuerzo los nombres y las imágenes de los protagonistas; la ilusión novelesca lo ganó casi en seguida. Gozaba del placer casi perverso de irse desgajando línea a línea de lo que lo rodeaba, y sentir a la vez que su cabeza descansaba cómodamente en el terciopelo del alto respaldo, que los cigarrillos seguían al alcance de la mano, que más allá de los ventanales danzaba el aire del atardecer bajo los robles. Palabra a palabra, absorbido por la sórdida disyuntiva de los héroes, dejándose ir hacia las imágenes que se concertaban y adquirian color y movimiento, fue testigo del último encuentro en la cabaña del monte. Primero entraba la mujer, recelosa; ahora llegaba el amante, lastimada la cara por el chicotazo de una rama. Admirablemente restallaba ella la sangre con sus besos, pero él rechazaba las caricias, no había venido para repetir las ceremonias de una pasión secreta, protegida por un mundo de hojas secas y senderos furtivos. El puñal se entibiaba contra su pecho, y debajo latía la libertad agazapada. Un diálogo anhelante corría por las páginas como un arroyo de serpientes, y se sentía que todo estaba decidido desde siempre. Hasta esas caricias que enredaban el cuerpo del amante como queriendo retenerlo y disuadirlo, dibujaban abominablemente la figura de otro cuerpo que era necesario destruir. Nada había sido olvidado: coartadas, azares, posibles errores. A partir de esa hora cada instante tenía su empleo minuciosamente atribuido. El doble repaso despiadado se interrumpía apenas para que una mano acariciara una mejilla. Empezaba a anochecer.

Sin mirarse ya, atados rígidamente a la tarea que los esperaba, se separaron en la puerta de la cabaña. Ella debía seguir por la senda que iba al norte. Desde la senda opuesta él se volvió un instante para verla correr con el pelo suelto. Corrió a su vez, parapetándose en los árboles y los setos, hasta distinguir en la bruma malva del crepúsculo la alameda que llevaba a la casa. Los perros no debían ladrar, y no ladraron. El mayordomo no estaría a esa hora, y no estaba. Subio los tres peldaños del porche y entró. Desde la sangre galopando en sus oidos le llegaban las palabras de la mujer: primero una sala azul, después una galería, una escalera alfombrada. En lo alto, dos puertas. Nadie en la primera habitación, nadie en la segunda. La puerta del salón, y entonces el puñal en la mano. la luz de los ventanales, el alto respaldo de un sillón de terciopelo verde, la cabeza del hombre en el sillón leyendo una novela.



-Julio Cortázar-

10 jun 2012

Ángel número tres




Todo es negro, rojo, espeso, efímero y brutal, y se queda mi querido ángel número
tres, después de ti, voy al paso después de ti, sueño con un mundo gris en
donde podamos estar ambos juntos para poder ahogarte

Un corazón roto mi ángel número tres, ¿podrás ayudarme tú mi ángel?,
yo se que tu vendrás directamente a mi mentira

No hay nada más en este lugar que pueda hacerme sentir vibrar como fue ayer, al quebrar las
raíces de este aullido agonizante

Te he escrito, te hice una carta con sabor a niebla, creo que no puedo contener
mas mi pasión, me inunda en este prado lejos de ti, como nunca antes de saber
de tu pesar, creo que será un mejor día, aún

-Joaquín Madariaga-

Contra la muerte.

Me arranco las visiones y me arranco los ojos cada día que pasa.
No quiero ver ¡no puedo! ver morir a los hombres cada día.
Prefiero ser de piedra, estar oscuro,
a soportar el asco de ablandarme por dentro y sonreír
a diestra y siniestra con tal de prosperar en mi negocio.

No tengo otro negocio que estar aquí diciendo la verdad
en mitad de la calle y hacia todos los vientos:
la verdad de estar vivo, únicamente vivo,
con los pies en la tierra y el esqueleto libre en este mundo.

¿Qué sacamos con eso de saltar hasta el sol con nuestras máquinas
a la velocidad del pensamiento, demonios: qué sacamos
con volar más allá del infinito
si seguimos muriendo sin esperanza alguna de vivir
fuera del tiempo oscuro?

Dios no me sirve. Nadie me sirve para nada.
Pero respiro, y como, y hasta duermo
pensando que me faltan unos diez o veinte años para irme
de bruces, como todos, a dormir en dos metros de cemento allá abajo.

No lloro, no me lloro. Todo ha de ser así como ha de ser,
pero no puedo ver cajones y cajones
pasar, pasar, pasar, pasar cada minuto
llenos de algo, rellenos de algo, no puedo ver
todavía caliente la sangre en los cajones.

Toco esta rosa, beso sus pétalos, adoro
la vida, no me canso de amar a las mujeres: me alimento
de abrir el mundo en ellas. Pero todo es inútil,
porque yo mismo soy una cabeza inútil
lista para cortar, pero no entender qué es eso
de esperar otro mundo de este mundo.

Me hablan del Dios o me hablan de la Historia. Me río
de ir a buscar tan lejos la explicación del hambre
que me devora, el hambre de vivir como el sol
en la gracia del aire, eternamente.



-Gonzalo Rojas-

2 jun 2012

Poema 8

Abeja blanca zumbas --ebria de miel en mi alma
y te tuerces en lentas espirales de humo.
Soy el desesperado, la palabra sin ecos,
el que lo perdió todo, y el que todo lo tuvo.
Última amarra, cruje en ti mi ansiedad última.
En mi tierra desierta eres tú la última rosa.
Ah silenciosa!
Cierra tus ojos profundos. Allí aletea la noche.
Ah desnuda tu cuerpo de estatua temerosa.
Tienes ojos profundos donde la noche alea.
Frescos brazos de flor y regazo de rosa.
Se parecen tus senos a los caracoles blancos.
Ha venido a dormirse en tu vientre una mariposa de sombra.
Ah silenciosa!
He aquí la soledad de donde estás ausente.
Llueve. El viento del mar caza errantes gaviotas.
El agua anda descalza por las calles mojadas.
De aquel árbol se quejan, como enfermos, las hojas.
Abeja blanca, ausente, aún zumbas en mi alma.
Revives en el tiempo, delgada y silenciosa.
Ah silenciosa ! 



-Pablo Neruda-