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11 mar 2012

Don Gregorio

Me contó la curiosa y trágica historia de su tío Gregorio, que en el invierno del 96’ había tenido un serio problema económico tras haber invertido en una imprenta en medio del centro. No tuvo éxito alguno y al término del tercer mes fue cerrada; sin poder mantenerla más en pie Don Gregorio se desesperó ante las deudas que llegaban y se acumulaban a fin de mes. Y el pobre se trasnochaba bebiendo, pensando, llorando cómo pagar sin traer consecuencias a su familia. Ya que él en sus años dorados no tuvo ningún problema hasta cuando nació su primera hija. Entonces todo se puso complicado porque el sueldo de un profesor no era suficiente para costear los gastos familiares.

Fue la noche del 26 de Junio en que se encerró en la su habitación a reflexionar su situación, tan callado que su familia ni lo sintió dentro de la casa. Pensaba y daba vueltas viendo de qué forma podría librarse de las deudas, créditos, tasas de interés y todas esas mierdas de problemas urbanos. Su alma había sido cegada por la pena de ver a su familia miserable, cosa que nunca se podría perdonar en vida o muerte. Mirando por la ventana se fijo detalladamente en los cables eléctricos ya añejos de tanto chispazo invernal a causa de las lluvias. Regresando a sus reflexiones, no veía salida fácil al asunto. Estaba cansado de tantos años de trabajo mal pagados, los gritos incesantes de lunes a viernes, el cara dura del rector llamándolo por meterles cosas raras en la cabeza a los cabros, y el frío de la sala cada mañana. Cuando joven pensó en el suicidio rara vez, porque no se la podía en la Universidad, que la idea de un futuro incierto donde su carrera iría perdiendo valor al pasar los años lo atormentaba. No lo hizo, en efecto, siguió y le dolió. Esa pena e inseguridad habría renacido desde adentro como un gigante.

El escenario de la “tragedia” fue el colegio donde trabajaba desde el 75’. Eran las 9:30, hora del recreo, subió al tercer piso donde se estaban terminando unos trabajos pendientes en los pasillos. Había quedado un hoyo enorme en el techo por culpa de la ventisca y las lluvias, aprovechando su tiempo libre se dio a la tarea de ayudar a los auxiliares con unas planchas de metal. Subió a penas con las planchas por la delgada escalera hasta el techo del pasillo, se mareo cuando vio hacia el patio, los estudiantes miraban curiosos ante los pasos vacilantes de su profesor. Los auxiliares procedieron a poner por mientras una plancha. Don Gregorio no dudó y haciendo como que se sentía mal dio un paso en falso y cayó a la cancha ante la mirada atónita de los alumnos.


La muerte siempre esta presente entre nosotros, más que un suceso trágico es una fiesta, un carnaval, un relámpago que rompe todo el alba del umbral de la existencia. Los relojes se detienen un segundo, y la vida termina con un parpadeo, luego la oscuridad infinita. No es que nos hallamos descarrilado del camino, sólo que no hemos dado los pasos necesarios, como Don Gregorio.
El ciclo humano en palabras de sabios: La serpiente se traga su propia cola.

Al fin de cuentas la familia con los millones que les dio el seguro más una indemnización del colegio pudo comprar su casa propia en la calle Esmeralda con Bolívar, ni muy grande ni muy pequeña, sino lo justo y necesario para la viuda familia que ya en su época de luto ponía afuera de la casa una especie de altar donde el centro era ocupado por un autorretrato del difunto. Lo más llamativo en el opaco cuadro era la expresión del hombre en él. En su cara sonriente se podían apreciar sus dos ojos mirando con las cejas fruncidas hacia arriba.
-No estaba seguro si existía el cielo o no- dijo su hija – por eso siempre miraba hacia arriba, por si es que encontraba una pista.

-Pablo José Luis- 

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