La plaza pública posee arboles
petrificados y piedras de colores brillantes. Los colores brillantes de las
piedras se ven apocados por la atmósfera que emanan los perros echados en el
pasto. El pasto está seco y se ve morir por cada pisada de los humanos.
Los humanos
pasean por la plaza pública mirando de reojo al hombre sin rostro sentado en la
banca.
La banca está gastada por el peso de los amoríos de escolares del ayer.
Los escolares con amoríos ahora se encuentran buscando amores en oficinas y
prostíbulos. Los prostíbulos atienden a los malaventurados resignados de buscar
amoríos en plazas públicas. La plaza pública acoge a un hombre sin rostro
sentado en una banca. Abajo de la banca
se alza una mujer muerta con un espejo en las manos.
En el espejo hay un par de ojos luminosos.
En los ojos luminosos está el reflejo del rostro del hombre sentado
en la banca.
-Pablo José Luis
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