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17 sept 2012

Holden haciendo de las suyas.


—Oiga, Howitz —le dije—. ¿Pasa usted mucho junto al lago de Central Park? 
—¿Qué? 
—El lago, ya sabe. Ese lago pequeño que hay cerca de Central South Park. Donde están los patos. Ya sabe. 
—Sí. ¿Qué pasa con ese lago? 
—¿Se acuerda de esos patos que hay siempre nadando allí? Sobre todo en 
la primavera. ¿Sabe usted por casualidad adonde van en invierno? 
—Adonde va, ¿quién? 
—Los patos. ¿Lo sabe usted por casualidad? ¿Viene alguien a llevárselos 
a alguna parte en un camión, o se van  ellos por su cuenta al sur, o qué hacen? 
El tal Howitz volvió la cabeza en redondo para mirarme. Tenía muy poca paciencia, pero no era mala persona. 
—¿Cómo quiere que lo sepa? —me dijo—. ¿Cómo quiere que sepa yo 
una estupidez semejante? 
—Bueno, no se enfade usted por eso —le dije. 
—¿Quién se enfada? Nadie se enfada. 
Decidí que si iba a tomarse las cosas tan a pecho, mejor era no hablar. 
Pero fue él quien sacó de nuevo la conversación. Volvió otra vez la cabeza 
en redondo y me dijo: 

—Los peces son los que no se van a ninguna parte. Los peces se quedan 
en el lago. Esos sí que no se mueven. 
—Pero los peces son diferentes. Lo de los peces es distinto. Yo hablaba 
de los patos —le dije. 
—¿Cómo que es distinto? No veo por qué tiene que ser distinto —dijo 
Howitz. Hablaba siempre como si estuviera muy enfadado por algo— No irá 
usted a decirme que el invierno es mejor para los peces que para los patos, 
¿no? A ver si pensamos un poco... 
Me callé durante un buen rato. Luego le dije: 
—Bueno, ¿y qué hacen los peces cuando el lago se hiela y la gente se 
pone a patinar encima y todo? 
Se volvió otra vez a mirarme: 
—¿Cómo que qué hacen? Se quedan donde están. ¿No te fastidia? 
—No pueden seguir como si nada. Es imposible. 
—¿Quién sigue como si nada? Nadie sigue como si nada —dijo Howitz. 
El tío estaba tan enfadado que me dio miedo de que estrellara el taxi contra 
una farola—. Viven dentro del hielo, ¿no te fastidia? Es por la naturaleza 
que tienen ellos. Se quedan helados en la postura que sea para todo el 
invierno. 
—Sí, ¿eh? Y, ¿cómo comen entonces? Si el lago está helado no pueden 
andar buscando comida ni nada. 
—¿Que cómo comen? Pues por el cuerpo. Pero, vamos, parece mentira... 
Se alimentan a través del cuerpo, de algas y todas esas mierdas que hay en el 
hielo. Tienen los poros esos abiertos todo el tiempo. Es la naturaleza que 
tienen ellos. ¿No entiende? —se volvió ciento ochenta grados para mirarme. 
—Ya —le dije. Estaba seguro de que  íbamos a pegarnos el trastazo. 
Además se lo tomaba de un modo que  así no había forma de discutir con 
él—. ¿Quiere usted parar en alguna parte y tomar una copa conmigo? —le 
dije. 
No me contestó. Supongo que seguía  pensando en los peces, así que le 
repetí la pregunta. Era un tío bastante decente. La verdad es que era la mar 
de divertido hablar con él. 
—No tengo tiempo para copitas, amigo —me dijo—. Además, ¿cuántos 
años tiene usted? ¿No debería estar ya en la cama? 
—No estoy cansado. 
Cuando me dejó a la puerta de Ernie y le pagué, aún insistió en lo de los 
peces. Se notaba que se le había quedado grabado: 
—Oiga —me dijo—, si fuéramos peces, la madre naturaleza cuidaría de 
nosotros. No creerá usted que se mueren todos en cuanto llega el invierno, ¿no? 
—No, pero... 
—¡Pues entonces! —dijo Howitz, y  se largó como un murciélago 
huyendo del infierno. Era el tío más susceptible que he conocido en mi vida. 
A lo más mínimo se ponía hecho un energúmeno.


El guardián entre el centeno - Capitulo 12

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