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11 may 2013

Fragmento de Escritos de un viejo indecente


—terminó —dijo él—, han ganado. 
—han ganado, han ganado, han ganado —dijo Moss. 
—¿y quién ganó el partido? —preguntó Anderson a Moss. 
—no sé. 
Moss se acercó a la ventana. vio a un norteamericano varón que pasaba. gritó por la 
ventana: 
—eh, ¿quién ganó el partido?
—los Piratas tres dos —contestó el norteamericano varón. 
—lo oíste, ¿no? —preguntó Moss a Anderson. 
—sí. ganaron los Piratas tres dos. 
—¿quién habrá ganado la novena carrera? 
—eso lo sé yo —dijo Moss—. Spaceman II. siete a uno. 
—¿quién montaba?
—Garza. 
se sentaron a tomar su cerveza. no estaban borrachos del todo. 
—han ganado —dijo Anderson. 
—qué te cuentas, di —dijo Moss. 
bueno, pues que como no me agencie una tía en seguida voy a acabar loco. 
—el precio es siempre demasiado alto. mejor olvídalo. 
—ya sé, ya. pero cómo olvidarlo. empiezo a soñar locuras. que las doy por el culo a 
las gallinas.
—¿gallinas? ¿funciona? 
—en sueños sí. 
siguieron trasegando cerveza. eran viejos amigos, treinta y tantos, trabajos de 
mierda. Anderson, casado una vez, divorciado una vez, dos hijos por ahí. Moss, casado 
dos veces, divorciado otras dos, un hijo por ahí. era un sábado por la noche, en el 
apartamento de Moss. 
Anderson lanzó al aire haciendo un gran arco una botella de cerveza vacía que 
aterrizó encima de las otras en el cubo de la basura. 
—sabes —dijo—, los hay que, simplemente, no se les dan las mujeres. a mí, por 
ejemplo, nunca se me dieron demasiado bien. y me fastidia muchísimo todo el asunto. y 
cuando termina te sientes como si el jodido fueses tú. 
—¿quieres tomarme el pelo? 
sabes bien lo que quiero decir: tienes la sensación de que te timaron, de que te 
estafaron. los calzoncillos allí en el suelo con su levísima mancha-mierda estival y ella
camino del baño, victoriosa. y tú allí tumbado mirando al techo con la cara fláccida, 
preguntándote qué coño es aquello, sabiendo que tendrás que escuchar su chachara 
huera el resto de la noche... y yo tengo una hija también. dime, ¿crees que soy un 
puritano o un marica, o algo así?
—no, hombre, no. sé lo que quieres decir. sabes, eso me recuerda que una vez, en 
casa de una tía, la conocía muy poco, un amigo me mandó más o menos allí. aparecí con 
una botella y le solté diez dólares. no estuvo mal y no me monté ninguna intimidad 
espiritual, ningún rollo sentimental. la dejé sintiéndome bastante libre, allí mirando al 
techo, estirado, y esperé a que ella hiciese su excursión al baño. pero ella hurgó bajo del 
colchón y sacó aquel andrajo y me lo pasó para que me limpiara. se me hundió el 
corazón. aquel coño de trapo estaba casi tieso. pero yo me hice el duro. busqué una zona 
blanda y me limpié. me costó trabajo encontrarla. luego usó el trapo ella. salí como un 
tiro de allí. y si quieres llamarle a eso puritanismo, allá tú. llámaselo. 
estuvieron callados un rato los dos dándole a la cerveza. 
—bueno, no seamos tan cabrones —dijo Moss. —¿eh? —preguntó Anderson. 
—hay algunas mujeres buenas. 
—¿eh? 
—sí, quiero decir cuando todo va bien: yo tuve una amiga, ay Dios, era gloria pura. 
y ni rollos románticos ni nada parecido. 
—¿qué pasó?
—murió joven. 
—lástima. 
—lástima, sí. casi muero yo también de la borrachera. 
siguieron mamando cerveza. 
—¿por qué será? —preguntó Anderson. 
—¿por qué será qué?
—¿por qué será que estamos de acuerdo en casi todo?
—por eso somos amigos, supongo. eso es lo que significa la amistad: compartir el
prejuicio de la experiencia. 
—Moss y Anderson. un dúo. actuando en Broadway. los asientos estarían vacíos. 
—sí. 
(silencio, silencio, silencio) luego: 
—la cerveza es cada vez más floja. ya no la hacen como antes. 
—sí. Garza. nunca habría apostado por Garza. 
—no tiene un porcentaje alto. 
—pero ahora que González perdió su penco puede que consiga mejores marcas. 
—González, no tiene fuerza ni envergadura suficiente. se le van los caballos en las
curvas. 
—gana más que nosotros. 
—eso no es ningún milagro. 
—no. 
Moss tiró la botella de cerveza hacia el cubo, erró el tiro. 
—nunca fui un atleta —dijo—. Dios, en el colegio siempre me cogían el penúltimo 
cuando hacían equipos. después de mí iba el idiota subnormal. se llamaba Winchell. 
—¿qué fue de Winchell?
—ahora es presidente de una empresa siderúrgica. 
—vaya por Dios, hombre. 
—¿quieres oír el resto?
—¿por qué no?
—el héroe. Harry Jenkins. está en San Quintín. 
—vaya. ¿están en la cárcel los hombres que deben estar o los que no deben?
—ambos: los que deben y los que no deben. 
—tú has estado en la cárcel. ¿cómo es?
—lo mismo. 
—¿qué quieres decir?
—bueno, es una sociedad del mundo en otro elemento, se gradúan ellos mismos 
según su actividad. los estafadores no se relacionan con los ladrones de coches. los 
ladrones de coches no se relacionan con los violadores. los violadores no se rozan con 
los exhibicionistas. todos los hombres se gradúan según lo que les cazaron haciendo. 
por ejemplo, el que hace películas porno tiene una graduación bastante alta y el que se 
metió con un niño la tiene bajísima. 
—¿y cómo los gradúas tú a ellos?
—todos igual: cazados.
—sí, claro. ¿cuál es la diferencia entre un tipo que está en chirona y el individuo medio que anda por la calle? 
—el que está en chirona es el Perdedor que lo ha intentado. 
—tú ganas. pero sigo necesitando una tía. 
Moss fue a la nevera y sacó más cervezas. se sentó y abrió dos. 
—ay, las tías —dijo—. hablamos como chavales de quince años. sencillamente no 
puedo andar ya detrás del asunto. no soporto todos los aburridos preámbulos, todas esas 
minucias. hay hombres que tienen una especie de don natural. pienso en Jimmy 
Davenport. Dios, qué tipejo vanidoso de mierda era, pero las mujeres sencillamente le 
adoraban. y como persona era un monstruo horrible. después de jodérselas solía ir a la 
nevera y mearles en los cuencos de ensalada y en las bolsas de leche; en donde podía. le 
parecía muy divertido. y ella salía y se sentaba, con los ojos destilando amor por aquel 
bastardo. me llevaba a las casas de sus chicas para enseñarme cómo lo hacía, e incluso
me dejaba probar, un poco de vez en cuando, y por eso iba allí a verlo. pero parece que 
las mujeres más guapas andan siempre detrás de los mierdas más horribles, los farsantes 
más descarados. ¿o sólo tengo envidia, tengo la visión deformada?
—tienes toda la razón, hombre. la mujer ama al mentiroso por lo bien que miente. 
—bueno, entonces, suponiendo que esto sea verdad, que la mujer procrea con el 
falsario, ¿no destruye esto una ley de la naturaleza? ¿no destruye la ley de que el fuerte 
se une con el fuerte? ¿qué clase de sociedad nos da esto?
—las leyes de la sociedad y las de la naturaleza son distintas. tenemos una sociedad
antinatural. por eso estamos a punto de irnos al carajo. intuitivamente, la mujer sabe que
el farsante sobrevive en nuestra sociedad, y por eso le prefiere. a ella sólo le interesa
tener hijos y criarlos con seguridad. 
—¿quieres decir entonces que la mujer nos ha conducido al borde del infierno en el 
que hoy estamos? —la palabra para eso es «misógino». —y Jimmy Davenport es Rey. 
—¿rey de los Meones? las tías nos han traicionado y sus huevos atómicos se
amontonan alrededor nuestro... —llámale «misoginia». Moss alzó la botella de cerveza: 
—¡por Jimmy Davenport! Anderson alzó la suya: —¡por Jimmy Davenport! vaciaron 
las botellas. Moss abrió otras dos. 
—dos viejos solitarios echando la culpa a las mujeres... —en realidad, somos un par
de mierdas —dijo Anderson. —sí. 
—oye, ¿seguro que no conoces a un par de tías? —puede. 
—¿por qué no pruebas? 
—eres un pesado —dijo Moss. luego, se levantó y fue al teléfono, marcó un 
número. esperó. 
—¿Shareen? —dijo—. oh sí, Shareen... Lov... Lov Moss... ¿te acuerdas? la fiesta de
Avenida Katella. en casa de Lou Brinson... una noche terrible, sí, sé que estuve muy 
desagradable pero lo pasamos bien, ¿recuerdas? siempre me gustaste, es la cara, creo 
que es la cara, ese perfil tan clásico. no. sólo un par de cervezas. ¿qué tal Mary Lou?
Mary Lou es buena persona. es que tengo un amigo. ¿qué? da clases de filosofía en 
Harvard. en serio. pero es un tipo muy normal... ¡ya sé que Harvard es una facultad de 
derecho! pero qué demonios, también tienen Kants como él por allí! ¿qué? un Chevrolet 
del 65. acabo de hacer el último pago. 
¿cuándo? ¿aún tienes aquel vestido verde del maldito cinturón que te queda 
colgando por el rabo? no me burlo. es muy sexy. y bonito. sigo soñando contigo y con 
las gallinas. ¿qué? es un chiste. ¿qué me dices de Mary Lou? de acuerdo, vale. pero dile 
que este chico es muy educado. tipo muy listo. algo tímido. ya entiendes... oh, un primo 
lejano. de Maryland. ¿qué? ¡bueno, demonios, yo tengo una familia poderosa)! ah, sí, 
¿de veras? vaya, qué graciosa eres. en fin, está en la ciudad y libre. ¡no, claro que no 
está casado! ¿por qué iba a mentir? no, sigo pensando en ti... aquel cinturón colgando... sé que suena un poco rancio... clase. tienes mucha clase. seguro, radio y calentador. ¿el
Strip? allí ahora no hay más que crios. ¿y por qué no compro una botella?... de acuerdo, 
perdona, no, no quiero decir que seas vieja. demonios, ya me conoces, ya sabes que soy 
un bocazas. no, habría llamado pero me mandaron fuera de la ciudad. ¿qué edad? tiene 
treinta y dos pero parece más joven. creo que tiene una especie de beca. se va pronto a 
Europa. a dar clases en Heidelberg. que sí, que es verdad. ¿a qué hora? de acuerdo, 
Shareen. hasta la vista, querida. 
Moss colgó. se sentó. cogió de nuevo su cerveza. 
—tenemos una hora de libertad, profesor. 
—¿una hora? —preguntó Anderson. 
—una hora. tienen que empolvarse los coñitos, y demás, ya sabes cómo son esas 
cosas. 
—¡por Jimmy Davenport! —dijo el profesor de Harvard. 
—por Jimmy Davenport —dijo el troquelador. 
apuraron las botellas. 

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